Puedes leer la entrevista en la web de Metal, o en la captura de pantalla abajo.
La descorporización hecha imagen
La democratización de la imagen a través de nuestros móviles ha transformado por completo nuestra mirada, hasta el punto de convertirnos en consumidores pasivos incapaces de conmovernos o apreciar un valor diferencial en un amplio abanico de impactos visuales. Hablamos con el artista
Juan Barte sobre su nuevo fotolibro
Freedom Tastes of Reality –en el que aparecen artistas como
Virgen María,
Alex de la Croix,
Abel Azcona o
Cachorro Lozano– y los límites y la disolución de fronteras de la fotografía, así como del papel que juegan los cuerpos en su obra, en un mundo en el que todos llevamos una cámara encima.
La edición del libro es, como mínimo, cuidada y puesta en un valor primordial. Varias de tus fotografías están partidas porque están imprimidas a doble cara, es decir, que uno la completa al girar de página, provocando así una mirada forzosa y activa. Pensaba que precisamente eso era uno de los fundamentos de la fotografía, la construcción de una percepción particular a la hora de relacionarse con las imágenes. ¿Por qué has sentido la necesidad de reivindicarlo?
Un fenómeno común cuando vemos imágenes es el llamado reconocimiento inmediato. Nuestros ojos comienzan a ver una imagen, un campo de flores, y el cerebro decide qué es más rápido, toma el control y construye una proyección del resto del campo de flores para ahorrarnos tiempo, entonces da la imagen por vista, comprendida, ya no vemos más y pasamos a la siguiente. La imagen que teníamos delante es completada por el cerebro tirando de conocimiento, experiencias y otras imágenes similares almacenadas en el pasado. La consecuencia es que tiene dificultades para ver cosas nuevas. Es lo que nos impide notar el nuevo corte de pelo en esa persona que vemos todos los días.
Freedom Tastes of Reality está diseñado con la intención de obstaculizar el reconocimiento inmediato y obligarnos a ver. Este proceso de reconocimiento inmediato se ha intensificado con consumo de imágenes a través del móvil. El uso de Instagram, Facebook o Pinterest ha consolidado hábitos difíciles de romper, aunque estemos utilizando otra tecnología como es el libro físico. Todos hemos visto, o nos hemos sorprendido a nosotros mismos, pasando las hojas de un fotolibro rápidamente, casi en plan efecto folioscopio. Así que mi idea era crear un objeto-fotolibro que proporcione una experiencia al lector que invite a la contemplación, de modo que pueda abandonarse al fluir de las ideas que suscitan las fotografías que está viendo.
En el tratado estético y filosófico La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica, Walter Benjamin señala que la fotografía y la serialidad que representa supone alejarse del aura, que es el valor original y único de toda obra de arte. Hoy en día vemos los mismos paisajes en miles de cuentas diferentes de Instagram, o incluso los mismos motivos en un World Press Photo. ¿Crees que, partiendo de esta tesis, la fotografía es una disciplina que pierde fuerza en lo que representa? ¿Que su accesibilidad es a la vez un logro y una derrota de sus capacidades?
Water Benjamin, como todos nosotros, es hijo de su tiempo. Nadie es ajeno a lo que ocurre a su alrededor, estamos inmersos en la época que nos ha tocado vivir. La historia y la cultura de nuestro tiempo impregnan cómo somos, cómo pensamos, cómo vivimos… Él escribe en los años treinta, en pleno apogeo de la modernidad. En el arte moderno prima la singularidad, se entiende la obra como una expresión de la interioridad del artista que, buscando inspiración en sí mismo, nos transmite su propia visión del mundo. Se establece así una relación directa y clara entre la obra y el artista, lo que Benjamin llama aura. Esto queda superado a partir de los sesenta por el arte contemporáneo o postmoderno. Para este la obra es una producción que busca frustrar las expectativas de lo que anteriormente era considerado arte, cultivando todo tipo de distancias; física, jurídica, moral, de buen gusto…
Con artistas como Jeff Koons o Takashi Murakami, que emplean equipos de decenas de personas para completar sus obras, u otros como Anish Kapoor o Marc Quinn, que encargan sus proyectos a talleres especializados, el concepto del aura del artista presente en la obra, que a su vez es una pieza única, es un mito moderno ya superado.
Hoy en día todos vivimos mínimo con una cámara encima, que es la del móvil. Ha habido una democratización de la fotografía y de la posibilidad de poder capturar cualquier momento oportuno a pie de calle. ¿Crees que los límites de lo que es fotografía han cambiado? ¿Crees que estamos en un momento histórico en que la fotografía no se define o está influída por la técnica, por una marca de objetivo, sino más bien por la propuesta de contenido?
Absolutamente. Ya no importa ni el equipo, ni la técnica, lo que importa es lo que nos trasmite esa imagen. Esto en realidad no es nuevo. Por poner un ejemplo que todo el mundo conocerá, Muerte de un miliciano de Robert Capa, una imagen icónica a la que se han asociado multitud de significados a lo largo del tiempo: ¿quién se pregunta con qué cámara hizo esa foto? Es más, ¿qué importancia tiene? La novedad en la era digital es que el papel del operador, el técnico que sabe manejar la máquina de hacer fotos, ha sido sustituido por ese robot que llevamos en el bolsillo llamado smartphone.
La tecnología nos permite a nosotros mismos hacer fotografías técnicamente perfectas sin adquirir los conocimientos del manejo de la cámara: apertura, velocidad, ISO, etc., de modo que si todos llevamos una cámara en el bolsillo y con solo pulsar el botón podemos hacer una foto igual de buena que un profesional, lo único que nos diferencia es la visión y el discurso. Es decir, la intención de querer contar algo y de querer hacerlo de una forma determinada y consciente, a través de un conjunto de fotografías coherente. La poesía se ha convertido así en la única propuesta de valor diferenciadora, y eso solo pueden ser buenas noticias.
Entrando en el meollo de tu última publicación, en Freedom Tastes of Reality hay una gran presencia del cuerpo, sobre todo a través de su focalización, manos, brazos, espaldas, bustos, nalgas, encías, nucas… ¿Es la corporalidad la máxima realidad a la que podemos aspirar?
Sin duda. Se está produciendo una descorporización de todas las relaciones humanas. La vida ya no ocurre alrededor de nuestro cuerpo, hemos dejado de habitar el lugar físico en el que estamos y la vida ocurre en otra parte, discurre a través de una pantalla, allí donde no está nuestro cuerpo. Por poner un ejemplo, la mayoría de formas de trabajo ya no exigen exponer el cuerpo, se teletrabaja. De este modo se ha disociado productividad y presencialidad y del mismo modo se está produciendo una sexualidad, amistad, formación o enseñanza sin presencialidad… Freedom Tastes of Reality reintroduce el cuerpo, es una reivindicación de ese cuerpo cada vez más ausente. El cuerpo se ha convertido en la única certeza, lo único que puede darnos un contorno, un mapa de nuestra identidad.
Estos trozos de cuerpo, por decirlo de alguna manera, interactúan con objetos. Un pene tapado con una zapatilla, un pie sosteniendo una piedra, dedos con anillos gruesos y obscenos… El cuerpo ocupa un espacio simbólico a través de su negación, a través del accesorio.
Al contrario, mi intención no es de negación sino de afirmación. Estos son unos cuerpos que ocupan un espacio físico, que se revelan en contra del confinamiento tecnológico, especialmente contra su desplazamiento como vector de experiencias. Ya no experimentamos el mundo a través de nuestro cuerpo, sino a través de pantallas: móvil, ordenador, televisor, gafas de realidad virtual etc.
Los cuerpos de Freedom Tastes of Reality están liberados y, como bien dices, interactúan directamente con los objetos, es decir, con la realidad física. Son imágenes que ahondan en el concepto de experimentar la realidad través de nuestros cuerpos presentes.
Si hay cuerpos, hay personas. Pero de estas desconocemos sus rostros, al menos en su totalidad; la cara no suele formar parte de la fotografía y, cuando sí lo hace, está cubierta con telas o máscaras. ¿Significa que nunca sabremos quién es el otro? ¿Relacionarse es siempre comunicarse con lo desconocido? ¿O es una idea que no importa siquiera, porque el otro siempre será en función de la mirada que dispara?
Cuando abordo un proyecto fotográfico no asumo el papel de observador objetivo, no busco informar, busco comunicar, contar algo, intento transformar. Mis fotografías comienzan mucho antes de que la cámara capture una imagen, comienzan con el concepto del proyecto y la ideación para esa sesión en concreto. Propongo una serie de acciones e involucro a los retratados en el resultado final, en este caso algunos de los artistas más destacados del nuevo panorama. El resultado son imágenes entre escenificadas y espontáneas, de las que no te puedes fiar, borran la división artificial entre géneros fotográficos y reflejan así la inestabilidad de nuestro tiempo. Si las fotografías fueran retratos al uso en las que se reconoce al individuo, entraríamos en la dinámica de quién es quién, quién está en el libro y quién no. Naturalmente las imágenes serían una representación de esa persona en particular y dejarían de funcionar como metáforas de lo que quiero contar y transmitir.
Por otro lado, al no haber ese reconocimiento inmediato, la audiencia puede asumir un papel activo y apropiarse de la obra. La presencia de los rostros, especialmente si hay una mirada directa de sus ojos al público, centra toda la atención en ese punto. Cuando no tememos esta referencia nos vemos obligados a buscar en toda la fotografía pistas que nos ayuden a darle sentido. Esto provoca un proceso creativo que abre la puerta a multitud de interpretaciones, asociaciones y lecturas. La obra se enriquece con esas nuevas interpretaciones, como, por ejemplo, la tuya sobre la problemática de la otredad, que me parece extremadamente interesante. Los rostros y la mirada directa de los retratados imposibilitaría, o al menos dificultaría, este rico proceso.
El dolor es uno de los principales ejes temáticos que atraviesa esta serie. Y de forma explícita, a través de heridas y autolesiones. ¿Solo existe el dolor que se ve? ¿Puede existir dolor en otros códigos menos evidentes cuando no se verbaliza, es decir, en la fotografía?
De una forma premeditada este es un libro muy abierto a la interpretación. Se cruzan muchos temas y según la audiencia unos temas parecen más evidentes que otros. No solo está presente el dolor, también el cuerpo, el género, la sensualidad, el acto creativo, la libertad individual, la valentía de tomar un camino propio diferente al que la presión social premia… No hay una narrativa dura, no es mi intención dictar o condicionar de qué va el libro, sino que es la audiencia quién lo decide. Por ejemplo, no hay una secuencia temporal. Las fotografías se presentan tal cual sin este tipo de conexión, todo ocurre al mismo tiempo, conectadas por su actitud, tono y lugar.
Es un mundo que se presenta ante el lector, fotografía tras fotografía, y queda para él ese trabajo, o ese placer, de construir el sentido de todas ellas. Intento que el acto de mirar se convierta en algo creativo, que mirar se convierta en ver, que el libro no sea una experiencia manufacturada y pasiva sino un placer consciente y compartido.
El título elegido Freedom Tastes of Reality podría ser cuanto menos problemático. Son muchos los pensadores, teóricos o intelectuales que asumen la realidad desde una violencia sistémica, ya no por un contexto sociopolítico, sino porque la misma idea de organizarse en comunidad, de crecer y madurar, supone conflicto y negociación. ¿Cuál es esta libertad?
La libertad tiene que ser física o no lo es, tiene que ser táctil, no solo basta con ver, también hay que tocar. Tenemos al alcance multitud de experiencias, supuestamente placenteras y liberadoras, que sin embargo nos dejan con una sensación incómoda o insatisfecha. Es esa sensación tras acabar un maratón de series, o después de haber estado horas en alguna red social. La pandemia ha puesto esto de manifiesto de una forma muy evidente. Nos hemos dado cuenta de que sin libertad de movimiento no hay libertad de verdad, y sin la libertad de interactuar físicamente con los demás, de besar, abrazar y tocar, tampoco. El título del libro se refiere a esa libertad, que sí lo es de verdad, se huele, se siente, en resumen, sabe a realidad.
Solo hay una imagen a color, un puño cubierto de pintura rosa fucsia: la carne y lo sintético en su máximo esplendor. ¿Por qué decides romper con la dinámica de la serie? ¿Qué papel tiene el uso del color en el fotolibro respecto al blanco y negro, que solamente puede funcionar a través de la excepción?
Para mí el blanco y negro es el lenguaje ideal. La indefinición y la abstracción que implica me facilita la anulación de la frontera entre realidad y ficción. El blanco y negro también establece una suerte de atemporalidad. Esta indeterminación temporal me ayuda a borrar la línea del tiempo y establecer conexiones con el pasado que es un tema central en mi nuevo proyecto Ciento ochenta grados.
En definitiva, las limitaciones que ofrece el blanco y negro son para mí una oportunidad para concretar el discurso. Las cosas cuanto más limitaciones tienen suelen ser más específicas, más concretas. El color introduce demasiada información, cada color tiene su propia personalidad, y esto podría distraer de lo que intento contar con mis imágenes.
Sí es cierto que hay una imagen a color en el libro, pero su papel es el de la transgresión, un acto de rebeldía contra mí mismo, una llamada de atención al lector.
Con las restricciones por la pandemia, entiendo que el fotógrafo ha visto limitado su campo de trabajo. Ya no puede irse a un país que le interesa trabajar, o salir a la hora que quiera a la calle y en topo tipo de escenarios. ¿Crees que eso ha supuesto topar con un límite del oficio o que, por el contrario, ha obligado a muchos artistas del gremio a explorar nuevas vías? ¿En qué momento dirías que se encuentra el ámbito de la fotografía?
En mi caso ha supuesto una limitación. Después de exponer un avance de mi proyecto Ciento ochenta grados en la Galería Espacio Valverde de Madrid, estaba trabajando en su continuación. Se trata de mirar al futuro planteado como posible en la década de los setenta, pero que no llegó a materializarse, y que por contraste con el presente pone de manifiesto que nuestro mundo actual no es ni natural ni inevitable.
Para este proyecto estoy fotografiando artistas relevantes de ese momento: Esther Ferrer, Isidoro Valcárcel Medina, Concha Jerez, Francesc Abad, Ignacio Gómez de Liaño… Así que por la edad de los participantes y responsabilidad social lo he tenido que poner en pausa hasta que la situación mejore.
En cuanto al momento de la fotografía, creo que nunca hubo un tiempo mejor. Una vez liberada del papel de testigo de la realidad, las fotografías ya no son representaciones fijas, sino que pueden ser remodeladas y reinterpretadas para producir nuevos significados críticos. De este modo se convierte en material perfecto para el arte. Hemos visto en los últimos 20 años cómo la fotografía ha pasado de la marginalidad dentro del mundo del arte a una sana centralidad.
Tu obra, en general, tiene patrones bastante marcados. La preferencia por el blanco y negro, las personas en una presencia única e individual, la carnalidad… ¿Te interesan unos denominadores comunes en concretos o veremos un desplazamiento en los trabajos futuros?
Yo creo que es más importante ser un artista interesante que coherente. Dicho esto, has definido muy bien los temas que más me interesan y preocupan: el individuo frente al grupo (pero también su aislamiento), la carnalidad como expresión de la sensualidad, es decir, la experiencia de los sentidos, y añadiría el interés por aspectos del pasado, no por nostalgia, sino porque, por contaste, abren criticas hacia nuestro presente. Un tema que no trato en Freedom Tastes of Reality, pero que es central en mi nuevo trabajo.
Yo creo que aunque cambie la propuesta estética de mi trabajo, y aunque aborde estos temas desde diferentes ángulos, de una forma u otra, acabaré gravitando a su alrededor.